La evaluación es una fase indispensable en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Toda conducta humana, consciente de algún fin y destinada a alcanzarlo, exige una constante valoración. Para determinar la eficacia de nuestra actividad, orientada hacia el logro de un objetivo, es preciso considerar con frecuencia en qué medida nuestro esfuerzo se adecua a la meta buscada. Evaluar es juzgar los logros en términos de los objetivos que se persiguen.
La educación, como proceso de conseguir cambios favorables en el ser humano, exige que se lleven a cabo cuatro tareas importantes. Primero, hay que determinar los objetivos, o sea, los cambios deseados en la conducta y la personalidad del educando. No puede haber educación sin que se produzca algún cambio en el alumno. Tales cambios pueden concernir a la acción, al sentimiento y al pensamiento. En segundo lugar, hace falta determinar qué experiencias son las más adecuadas para conseguir los cambios u objetivos propuestos. El tercer requisito es organizar efectivamente las experiencias, a fin de que su efecto acumulativo sea tal que determine de la mejor manera posible los cambios deseados. La cuarta consiste en valorar los efectos de las experiencias ofrecidas al alumno para averiguar hasta qué punto han sido útiles en la promoción de los cambios.
La evaluación es, por tanto, un aspecto básico del proceso de educar. Este solo puede orientarse y mejorarse mediante la determinación del grado y la calidad de los cambios que resulten del esfuerzo educativo. No puede haber encauzamiento inteligente del aprendizaje y del desarrollo, si no se sabe en qué medida y dirección está progresando el alumno.
La evaluación es un proceso continuo que está estrechamente relacionado con todo el proceso de educar. Siendo así, no debe considerarse como algo exterior a la experiencia educativa. La importancia de la evaluación reside en que le permite determinar hasta qué punto la gestión docente está siendo eficaz. Evaluar no consiste en dar exámenes de manera mecánica y artificial, sino que es algo que requiere engranarse natural y lógicamente dentro del esfuerzo por educar y aprender.
No existen diferencias entre los educadores modernos en lo referente a la necesidad de evaluar los aprendizajes. En lo que concierne a cuándo debe evaluarse, es preciso insistir aún en que la evaluación es un proceso continuo que se inicia antes de comenzar la enseñanza y que se extiende aún más allá de esta. La evaluación no es algo que aparece al final de una experiencia o en ciertos momentos regulares y previamente determinados de la tarea docente. Los aspectos más discutidos del proceso valorativo conciernen a qué debe evaluarse y a cómo realizar la tarea de evaluar.
El algunas ocasiones la frustración creada por la falta de consenso sobre estos dos últimos puntos, ha llevado a algunas personas a la conclusión de que lo mejor es descartar todo intento valorativo. Evidentemente tal parecer constituye una evasiva y de ningún modo una actitud profesional y científica, pues equivale a recomendar que se dejen al azar los procesos del aprendizaje y de la enseñanza.